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lunes, 23 de abril de 2012

LA NÚMERO ONCE



      A lo largo de mi vida he presenciado conversaciones de todo tipo; desde las más triviales a las más trascendentes. Siempre he escuchado a unos y a otros, fuese cual fuese el tema que tratasen.  No sé hacer nada mejor. Tanto es así que hubo alguien al que podía entender sin necesitar que dijese una sola palabra.  De esto hace bastante tiempo, sin embargo, aún puedo recordar, con tanta claridad como si fuera ayer, a aquel chico de gafas, alto y delgaducho que venía cada mañana a desayunar conmigo durante los descansos de las clases del instituto. Se llamaba Mario y a menudo traía consigo montones de libros que ojeaba una y otra vez mientras tomaba, silente, su desayuno.

Mario sabía que yo le comprendía y me gustaba estar con él. Me era fácil respetar sus silencios  y quizás esa fue la razón por la que me escogió a mí entre tantas otras para compartir aquellos entrañables momentos en nuestro acogedor rincón de la cafetería.  A veces llegué a pensar que deseaba estar solo conmigo, lo deducía por la forma de colocar disimuladamente su abrigo sobre la silla sobrante para que nadie ocupase ese lugar. Durante muchos meses disfruté mucho de su callada y a la vez cálida amistad hasta el día en que apareció ella.

-¿Está ocupada esta silla?
- No, no…
- ¿Te importa que la coja?

       

      Mario retiró su abrigo y lo colgó en el respaldo de su propio asiento sin apartar la mirada de los grandes ojos verdes de aquella hermosa jovencita.
     A partir de entonces por mucho que mi amigo simulase ser él mismo acudiendo fiel a nuestra cita y permaneciendo como siempre sin decir nada sumido en sus apuntes y libros de texto, sus ojos aparentemente inmóviles ya solo veían todo de un único color, incluso las palabras que leía, de un intenso color verde de esperanza llamado Estefanía.

      Pasó más de un mes sin que volviese a coincidir con ella pero el anhelo de Mario por volver a verla era tal que comenzó a frecuentar la cafetería casi a todas horas, por las mañanas, por las tardes y a veces no se iba hasta bien entrada la noche cuando cerraban el local. Yo no necesitaba preguntarle que era lo que había producido aquel cambio, en cualquier caso me alegraba de verle con más asiduidad. Cuando él entraba por la puerta, una vez que se cercioraba de que aquella chica no estaba, me buscaba por toda la sala y si me veía sola, se sentaba conmigo y me deleitaba con su compañía.

     Jamás olvidaré el día que se volvieron a encontrar. En una bonita tarde de primeros de abril, Estefanía llegó acompañada de una amiga y ambas ocuparon la mesa contigua. Llevaba un elegante vestido estampado y de su largo cabello, negro y ondulado, colgaba una cinta verde a juego con el color de sus ojos. La verdad es que estaba preciosa.

Me acuerdo perfectamente de que en cuanto Mario la vio se puso tan nervioso que no sabía hacia dónde mirar. Al final optó por prestarme a mí más atención que nunca clavándome su mirada mientras jugueteaba con una de mis servilletas.  Al rato pidió la prensa sólo para fingir leerla,  pues ya se la había leído de cabo a rabo por la mañana. Conociendo su velocidad de lectura, me parecía  tan ridículo que tardara tanto en pasar cada página que no pude evitar reírme para mis adentros. No sé cuantas cervezas tomó aquella tarde, aún así no volvió la cabeza hacia la mesa vecina ni una sola vez. Supongo que se moría de vergüenza ante la posibilidad de que Estefanía pudiese descubrir en su rostro sus verdaderos sentimientos.

     Él, como de costumbre, no me decía nada. Ni falta que hacía. Yo podía escuchar cada uno de sus pensamientos entre sorbo y sorbo de cerveza y  los latidos de su corazón cuando ella se dirigió hacia la barra para pedir la cuenta. 

     La siguiente vez que la vio tampoco fue capaz ni tan siquiera de encontrarse de refilón con la mirada de la muchacha. En esa ocasión cuando Estefanía se marchó, él fue a su mesa y recorrió lentamente con sus dedos los bordes de la copa de la que la chica había bebido, soltando un hondo suspiro. 

      Luego miró por encima del hombro para asegurarse de que nadie lo había visto y empezó a torturarse con preguntas como:¿Por qué he de ser tan cobarde?

     Daba la impresión de que nunca se atrevería a hacer nada hasta que se le ocurrió la brillante idea de la flor. Decidió que compraría cada día una rosa roja y la llevaría a la cafetería por si ella aparecía.

     Cada noche cuando Mario se despedía, me regalaba la estéril flor. Diez rosas llegué a contar ya que la que hizo la número once fue por fin para Estefanía la mágica tarde en que la chica se presentó con dos amigas.

- Dos amigas en lugar de una… – pensó Mario. No obstante al cabo de unos minutos se dijo con decisión:

- Se acabó.  Y lo repitió de nuevo en voz alta para autoconvencerse de que esta vez tenía que dar el paso.

    Sin tan siquiera pestañear Mario, levantándose de sopetón, se arrimó a la mesa donde estaban las tres chicas, las saludó y le ofreció la flor a Estefanía. La muchacha se quedó tan sorprendida que en un primer momento no reaccionó, exceptuando el tono rosado con el que inmediatamente se encendieron sus mejillas. Luego tomando la flor entre sus manos le dio las gracias y le regaló a Mario una resplandeciente y delatadora sonrisa. 

     Las amigas de Estefanía en seguida se retiraron, con la excusa de que tenían prisa por regresar a casa, dejando a solas a la afortunada muchacha con su romántico e inesperado pretendiente. Mario la invitó a una copa y el resto de la velada transcurrió charlando los dos sin parar como si se conocieran de toda la vida.

    Sería lógico concluir que a raíz de aquella noche Mario se olvidaría de mí, para qué engañarnos, sin embargo, en lugar de perderle gané una nueva amiga y cuando la feliz pareja se casó me concedieron el increíble honor de elegirme para la celebración de su boda.  

     Asistí vestida con mis mejores galas: un delicado mantel de lino blanco bordado y ribeteado con finos encajes además de unas bellas guirnaldas que rodeaban la tarta a la luz oscilante de las velas que completaban mi atuendo. Hasta mi anterior cartel en blanco y negro de cartulina plastificada, fue sustituido por otro ovalado y plateado donde relucía, flamante, mi nombre: La mesa número once.





Autora: Carmen Marín
 
Relato ganador del Primer Premio en el I Certamen literario de relatos de Villalba del Alcor

  23 de Abril 2011 (Huelva)






14 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho, no me extraña que ganara el premio...Suerte, y a seguir escribiendo y creando...

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  2. Carmen , me ha atrapado su lectuura . No e extraña que ganaras el concurso . Es un bello relato Besos y cuelga el mi muro , todos los que quieras .

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  3. BEllo Relato grato visitarte.
    Saludos
    JEM WONG

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  4. Inesperado final. Te lo imaginas como un corto de cine.

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  5. Carmen eso es lo que yo quiero eso,esa soltura que ahora que intento veo el trabajo que lleva llegar a ella.La poesia y entiéndeme,es mas agradecida en el tiempo corto´pero el relato permanece el regusto mucho mas.Exije una ideas claras y una disclipina con ellas.Comprendo ganaras.Felicidades,sigo aprendiendo contigo,un besazo,amiga.

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  6. Carmen eso es lo que yo quiero eso,esa soltura que ahora que intento veo el trabajo que lleva llegar a ella.La poesia y entiéndeme,es mas agradecida en el tiempo corto´pero el relato permanece el regusto mucho mas.Exije una ideas claras y una disclipina con ellas.Comprendo ganaras.Felicidades,sigo aprendiendo contigo,un besazo,amiga.

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  7. lindisimo como siempre, tu forma de relatar es extraordianria, y tus historias tambien. Besos yfelicitaciones!!!
    Arcoiris.

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  8. QUE CALIDO Y CON COLORES PASTELES...ME PARECIO VERLO MUCHAS GRACIAS!

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  9. Desde que lo leí la primera vez supe que este era un relato ganador. Me alegro de haberte convencido para que lo mandases.

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  10. Un relato tan inesperado como su final, enhorabuena por el premio, pero sobre todo por compartir este relato tan bueno.
    Un abrazo

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  11. Carmen, ¡qué bueno! Engañas al lector hábilmente hasta ese final sorprendente. Un relato muy bien escrito, muy bien estructurado, muy original y con un final inesperado. ENHORABUENA no sólo por el premio, que también, sino por tener tanto talento. Y gracias por compartirlo con todos nosotros. No conocía este blog tuyo y voy a agregarlo a mi lista de blogs. Un beso.

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  12. Hola magnífico relato sobre las conversaciones, solo le falta escribir el nombre del autor de la Pintura, ERNEST DESCALS - PINTOR, te lo agradeceré.

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    1. Por supuesto que pondré el nombre del autor de la pintura, pero ¿podrías decirme de que pintura se trata? gracias.

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