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martes, 13 de diciembre de 2011

La carta del pequeño Hamid.



La carta del pequeño Hamid

Hace tiempo me dijeron que al menos una vez en la vida todo el universo, con todas sus estrellas, se confabula para que algo muy especial nos ocurra. Ahora sé que esto es cierto y aunque sea difícil de explicar quisiera contar lo que me sucedió la pasada navidad gracias a mi buen amigo Anás y a su pequeño hijo Hamid. 
Desde que me divorcié hace tres años, las navidades han sido mucho mas frías para mí. Con gran nostalgia pude advertir que la navidad a la que la mayoría están acostumbrados, es una navidad de luces de colores parpadeando en escaparates y de mesas repletas para cenar en familia donde no debe faltar de nada y todo debe estar tan perfecto como en un anuncio de televisión.

 Lo que está claro es que visto así, los divorciados no tenemos cabida y mucho menos los inmigrantes, como Anás, ni ninguna de aquellas personas que viven solas y no tienen con quien compartir la cena de ese día. La alegría se torna tristeza al estar lejos de la familia.

 Sin embargo, desde el 24 de diciembre del año pasado estas fiestas volvieron a ser muy especiales en mi vida. Recuerdo que aquella noche apenas cené y pensé irme a dormir más temprano que de costumbre. Deseaba que ese día pasara lo más rápido posible. Antes de ir a la cama me asomé al balcón para fumar el último cigarrillo del día. 
 Miré hacia abajo y vi sentado en un banco del patio a mi vecino Anás, que parecía mirar muy fijamente hacia mi balcón y sonreía.
     Yo apenas le conocía. Sólo nos habíamos intercambiado algún que otro saludo al cruzarnos en el portal. Por eso aquella situación me resultaba bastante extraña. Tanto es así, que con la excusa de bajar a tirar la basura, decidí acercarme para averiguar que era lo que le atraía tanto de mi balcón.
    Cuando estuve cerca del banco donde estaba sentado Anás, pude apreciar que no era a mi balcón a donde su mirada se dirigía. Miraba más arriba, a las estrellas, y estaba tan ensimismado y feliz que ni siquiera me percibió cuando me senté a su lado deseándole buenas noches. 

  Anás sostenía en su mano una carta abierta. Era la carta de un niño, escrita en un idioma que no entendía. Después de unos instantes, Anás advirtió, al fin, mi presencia y me saludó. Y era tanta mi curiosidad que aproveché su saludo para preguntarle qué había allá arriba que contemplaba con tanta atención. Fue entonces cuando me habló del pequeño Hamid, su hijo de siete añitos al que hacia casi un año que no veía. 
Hamid le había escrito una carta, su primera carta y en los ojos de su padre saltaban lágrimas mientras me lo decía. No se por qué, me atreví a pedirle que leyese la carta y Anás accedió muy contento y agradecido pues le gustó mucho la idea de poder compartir con alguien la primera carta de su hijito. La carta decía así: 


¡Hola papi!
   Esta es la primera carta que escribo y a lo mejor está un poco fea mi letra. Pero te escribo con todo mi cariño para que sepas que siempre pienso en ti.
   He oído que allá donde estás se celebra una fiesta por estas fechas que se llama La Navidad. Le pregunté a la profesora en el cole qué significa La Navidad y me dijo que hace mucho tiempo en un lugar llamado Belén nació un niño muy especial y que su nombre era Jesús.
   Jesús era un niño muy pobre como nosotros, papi. Ni siquiera tuvo un lugar calentito y limpio donde nacer. Nació en un establo entre animales y ¿sabes que también fue un inmigrante en un país extraño como tú? porque no estaba en su tierra sino en un lugar frío y extraño donde nadie le conocía. Espero que tú no te sientas tan solo como Jesús, papi. Me ha parecido que La Navidad es triste y no entiendo bien por qué es una fiesta. Cuando me contaron su historia me acordé de ti
   Te echo de menos papá, mamá también. Siempre me habla de ti. ¿Cuándo vas a venir? Ah, también me contó la profesora otra cosa del niño Jesús ¿Sabes que Jesús aunque era tan pobre tenía una estrella? Una estrella que nació el mismo día que él. Era una estrella ¡tan bonita! que las personas que les gusta mirar al cielo por la noche la quisieron conocer y la siguieron… Y así llegaron hasta donde estaba Jesús. Y ya Jesús no estuvo solo y recibió comida y regalos de los seguidores de estrellas.
Papi, yo creo que a lo mejor todos tenemos una estrella como ese niño Jesús, ¡Hay tantas¡! Que seguro que hay una para cada uno. Yo ya elegí la mía y la llamé como yo, Hamid. Cuando mires al cielo la noche de La Navidad búscala ¿vale papi? Mi estrella brillará para ti. Y quizás los seguidores de estrellas también la vean y te traigan regalos y amigos. Será para ti una Navidad como la del niño Jesús.
                                           Muchos besitos
Hamid.

      Después de leer la carta no pude hacer más que sonreír mirando al cielo como hacía Anás. No tenía palabras para expresar lo que aquella carta me hizo sentir. Le dije a Anás que le invitaba a cenar. Al principio se sentía cohibido y no quiso aceptar mi invitación pero le convencí cuando le dije que a su hijo le haría feliz que cenase con un amigo esa noche. Y cuando estábamos a punto de cenar, de pronto, me acordé de que el vecino de abajo se había quedado viudo no hacía mucho y al no tener hijos debía sentirse muy solo, así que decidí invitarle también y aunque ya estaba casi dormido me abrió la puerta y se animó y al rato subió con un botellita de vino. 

Tras la cena, Anás le leyó también a él la carta del pequeño Hamid, luego salimos los tres a la terraza a mirar las estrellas ilusionados como si fuésemos tres niños. O ¿por qué no? Tres niños magos. Magos por esa magia de las estrellas que hace que, de repente, nadie sea ya un desconocido. Esas estrellas que siempre están ahí brillando cada noche con la misma intensidad para todos, sin discriminación alguna. 

Allá arriba nada nos puede separar. Ni la distancia, ni la edad, ni el sexo, la nacionalidad, ni tan siquiera la religión pues fue un musulmán quien me enseñó el verdadero significado de la Navidad en aquella mágica noche que coincidió con su primera Navidad y en la que el cielo volvía a dibujar las mismas estrellas que en la primera Navidad del mundo. Desde entonces yo también tengo una estrella que lleva mi nombre (por si me quieres ver te diré al oído el camino: la décimo tercera estrella a la izquierda mirando hacia el norte) y siento una gran gratitud porque sé que cualquiera desde cualquier lugar del universo puede verme brillar junto a las de todos los demás seguidores de estrellas.

¡Gracias Hamid por regalarme una estrella y con ella la auténtica Navidad!


     Autora: Carmen Marín

     Relato ganador del primer premio en el certamen de Gloria Fuertes en Radio Elche en la navidad del 2007.